La idea de la obra, absolutamente autobiográfica, se origina en una cita psicoanalítica que la artista, en búsqueda de respuesta frente al reciente divorcio, logra decodificar de manera sorpresiva acogiéndose a la sugerencia de su médico que le sugiere una metodología auto analítica a partir de su misma obra.
Una noche de reflexión se transforma en una obra que la artista pinta en ausencia de la luz, utilizando una paleta de colores muy básica: gris, negro, azul, rojo, ocre y algo de blanco, los pigmentos en tarros serán ubicados alrededor de la tela sin ningún orden lógico.
El experimento consiste en pintar la tela ubicada en el suelo, completamente a oscuras sin dejarse tradicional de la vista y los sentidos más bien acogiéndose a las sugerencias de su interior para después buscar respuestas a partir de las imágenes que su psique directamente dibuja en la superficie plana.
El análisis de la obra frente a lo psicoanalista resulta increíblemente revelador. La espiral que lleva el espectador hacia el interior de la obra sugiere la voluntad de la artista y la disposición a revelar los secretos de su almas para quien la investigue, los rojos, ocres y azules representan los sentimientos contrastantes que hay que penetrar para finalmente descubrir su esencia la de un conejito, cuya silueta se distingue en el lado derecho de la obra, asustado que observa el espectador tratando de entender si representa un peligro o puede llevarle la comida que está esperando.
La obra representa entonces la reencontrada disposición del artista hacia lo próximo, prudente sin embargo receptiva a la emoción del encuentro en búsqueda de un alimento espiritual y artístico que ha sido destinado para, no sabiendo de donde llegara la entrega la artista conscientemente se abre con confianza a lo desconocido a través del cual el destino actúa y se hace presente con sus precios regalos.